junio 10, 2009

CONDENAS PERPETUAS

Cuando lo condenaron a una pena de prisión perpetua equivalente a dos vidas, el hombre se limitó a decir: “pero si apenas tengo una sola”

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La primera vez que cometí un crimen, lo hice con un arma de fuego. Entonces pensé que el problema era el arma, así que la arrojé a un río. La segunda vez, me juntaba con estos tipos, y salimos a robar un almacén. Luego pensé: la culpa es de la gente con la que me junto, así que decidí alejarme de ellos. Pero la última vez, estrangulé a una mujer. Eran mis propias manos las que habían cometido el crimen. Era yo mismo, era el mal que estaba dentro de mí, que era yo. Y no sé cómo escapar de eso.

Me dije, tengo que matarla, no vine a perder el tiempo. Las miré chorreadas del sudor de mi esfuerzo, hinchadas sus venas y adoloridas como tenazas rotas. Entonces sentí el olor de lo que había hecho. Allí estaba tirada, embellecida de ausencia. Ahora todo lo que veía pertenecía a un pasado remoto. Esto que soy es yo hace dos vidas, pensé, aturdido. A veces quiero volver el tiempo atrás y estrangularla con suavidad, pedirle amorosamente que no se resista.

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En cuanto ponía una canción nueva, ella empezaba a decir algo sin importancia con su vocecita y tapaba el sonido. O si íbamos al cine, transcurridos cinco minutos ya empezaba a moverse inquieta en su butaca y terminábamos discutiendo en la calle quince minutos después porque a ella Bergman le parecía aburrido, Won Kar Wai le parecía aburrido y aburridos también le parecían Woody Allen, Fassbinder, Kurosawa, Herzog, Buñuel, Chaplin y ni qué decir de gente como Céline, Thomas Mann, Joyce, Kafka, porque cuando comenzaba nadie podía detenerla y se metía con cualquiera que alguna vez haya hecho alguna especie de arte. Después venían mis estúpidos Van Gogh, Magritte, Basquiat y el Bosco, y a continuación Monk, Zappa, Hendrix, todos recibían una paliza por parte de su desprecio. Todos recibían lo suyo. Ya me conocía muy bien qué seguía, ella ya no querría hacer nada y yo por lo menos querría ir a un restaurante. A veces ganaba yo. Casi siempre ella y llegábamos a casa y no hacíamos nada, nada. En el restaurante, en cambio, se comportaba de la manera más grosera, pedía un sándwich de milanesa, pero si podemos comer algo más rico, más elaborado, más inusual. Inútil, la costumbre es un animal invencible en ella. Con papas y una coca. A veces ella pagaba la cuenta y al poner el primer pie en la vereda me informaba cuánto le debía, generalmente el setenta por ciento del total. Vos te comiste un bife de chorizo y una ensalada mixta, yo apenas un sangüi, ¿no te parece justo? Siempre era lo mismo, durante un año y medio. Debí dejarla en cuanto pude. Después de todo iba a casarse y nuestras vidas no se hubieran cruzado nunca si yo no fuese tan hijo de puta o tan idiota. Si hubiese dejado las cosas tal como estaban, nada de esto me hubiese sucedido. No espero misericordia, espero que alguien me mate pronto, para olvidar este mal trago. Acá si hay una víctima, esa soy yo. Me volvía loco, cada detalle descomponía la imagen que tenía de ella cuando aún no era mía. Lo único bueno fue el sexo, nadie puede decir que estuvo en el paraíso hasta haber acabado en ese hermoso cuerpo. Por lo que sé ahora, muchos pueden decirlo en realidad. ¿La maté porque era puta? No lo sé. La maté porque me estaban volviendo loco sus manías, su mal humor, su aliento por las mañanas, la entonación de su voz al pronunciar mi nombre y ni siquiera un nombre cariñoso, apenas un Manuel áspero, como si me guardara rencor. Además desordenaba mis libros y leía mis apuntes sin permiso. O ponía cumbia cuando yo necesitaba concentrarme en mi trabajo. Cuánto tiempo desperdiciado. Ahí se va todo a la mierda por el inodoro, ya lo estoy viendo girar otra vez. Juro que la maté en defensa propia.

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