abril 30, 2009

SEÑOR DE LA ALTURA

"presencia salteña en la 35º feria del libro de buenos aires"
canjeé mi entrada gratis de la ñ y en la fila descubrí que tengo piojos, si me vuelvo ciruja por lo menos ya tengo algún parásito que me devore y me haga compañía. así que me introduje de pechito al salón bioy casares. motivos para ir 1: extraño las empanadas. motivos para ir 2: entre los libros que se presentan hay uno que se titula dinosaurios salteños y argentinos. al entrar huelo el ambiente: no habrá empandas esta tarde. sí muchos dinosaurios salteños. entre los expositores y habladores están zulma palermo, miguel ángel pérez, sara mata, ana gloria moya y algunas que no conozco.
de a poco, con caras de tránsito lento, la sala se llena de entusiastas de la literatura salteña, ese extraño objeto dado en llamar literatura salteña. lo más lindo del evento es el recibimiento que te dan los ángeles dispuestos en la puerta: te entregan un folleto a tono con el poncho y que resulta crucial para saber en qué delicados y domesticados protocolos me vine a envolver.
miguel angel pérez llega con demoras pero una vez que comienza a decir sus coplas al canto ya no hay quien lo detenga. el acto consigue repuntar con el recuerdo de raúl cortázar y un par de intervenciones de palermo, parietal al ángulo derecho y casi casi gol. sara mata habla de wemes y explica porqué la guerra del norte era una sola guerra pero con varios matices. raquel espinosa presenta su novela la tapada sobre una escandalosa mujer del siglo XIX. y también se dan a conocer investigaciones sobre la escritura femenina en conventos durante la edad colonial en hispanoamérica. hasta ahí todo muy serio. las risas irrumpen al momento de presentar a los dinosaurios, porque algunos se miran algo incómodos, no vaya a ser que justo los vengan a escrachar en frente de todos.
cuando ya todo parece finalizado, cuando ya no quedan esperanzas y este atribulado ser desea pegarse un tiro por haber elegido tan mal, acontece el golpe de dados que jamás abolirá el azar. de manera inesperada, saltan de sus butacas dos mujeres de rosario de la frontera: dolores vergara de malica, que me recuerda a soledad dolores solari, y margarita rosa gonzález, alias nazarena desde los 9 años.
el cuerpo y la voz le sale a dolores como un grito, si algo le faltaba a nuestra literatura salteña, bah, nuestra, es solo un decir, es el toque bizarro, la huella del plantazo en el culo. por empezar, dolores dice que es jubilada, tiene 60 años, comenzó a escribir hace poco y tiene 9 nietos, por lo menos eso entendí. publicó poemas en dos tomos bajo el título CON SENTIMIENTO PROFUNDO. cuando la oradora oficial (¡firmes!) quiso darse cuenta, dolores ya se había apoderado del micrófono y estalló la poesía y este humilde servidor dejó de mirar por la ventana y el teuco castilla, sentado atrás, tranquilo, habrá pensado cosas que no diría luego, y un aura o especie de magma nos empezó a calcinar, la fascinación es como la calentura, ahí estaba dolores contándonos su origen extranjero y recitándonos su poema a la argentina con un fervor pocas veces visto, diciéndonos con su cuerpo que la poesía era ella, allí mismo, sin necesidad de títulos ni grandes pompas, había que soltar la palabra atragantada, por más horrible que fuera, el hecho de decirla interrumpía el plano local en el que estábamos y nos transportaba a esa zona brumosa y cálida de la farsa o la sátira. esperpento de nosotros mismos, la poesía sucede cuando estamos ocupados haciendo otra cosa. tienen que imaginarse a dolores pidiendo permiso para emocionarse, fracturando en ese gesto la cara de los incautos asistentes que habían llegado a ver la solemne presentación de eso que llamamos la literatura salteña, como si la literatura pudiera tener límites, sobre todo geográficos. me interesa pues el momento en que todo se rompe, la caída de los ídolos suele revestir una belleza inusual, aunque aterradora. iergue su cuerpo y le sale una voz lindante con el llanto que me recuerda a erasmo garcía jiménez, bizarro entre los bizarros. comienza y ya no es posible escapar, el acontecimiento será irrepetible: "dice así

ARGENTINA
un día vino mi madre
con tres niños de la mano,
a este país generoso,
a este país lejano,
yo soy la más pequeña,
yo soy quien les hablo,
pongamos la semillita,
tengamos limpias las manos,
no soy una escritora,
ni tengo estudios secundarios,
pero de corazón le agradezco
todo lo que me han dado,
soy argentina adoptada
y amo este país,
¿acaso no vivo aquí?
¿acaso no eché raíz?
¿qué estamos haciendo con él?
si yo a amo este país,
si yo lo amo tanto
y no soy nacida aquí,
¡argentina! ¡argentina, patria hermosa!
que en tu pecho cobijaste
a tanta gente extraña
que nunca abandonaste,
por eso les hablo
a mis queridos hermanos,
pongamos la semillita,
tengamos limpias las manos."

aplausos. algunos miran desconcertados. ana gloria moya se despierta de su letargo y algunos ángeles favorecedores brillan de ausencia cuando acomete la embestida de nazarena. bastón, muchos años encima, cargando lentes gruesos y luciendo unos cabellos negrísimos y duros, parados para mayor percance de la presentadora del estado, que ahora se debe estar arrepintiendo porque algunos papeles a veces terminan siendo papelones y no lo digo por margarita rosa, que me pareció genial.
"mi nombre es margarita rosa gonzález (¿será familiar de pepe?), mi seudónimo desde pequeña es nazarena, yo desde chica escribí, escribo cuentos, no novelas, sino cuentos, en este libro están escritos diez cuentos, ha sido editado por la editorial argenta, que justamente lo presentó en su stand, o sea que este libro ya ha sido presentado por la editorial argenta también, bueno, la síntesis que coloca acá la editorial argenta dice: con pincelada de artista, margarita rosa gonzález nos transporta a un mundo pleno de fantasía, nos regala el delicado perfume del amor, la distancia de la ausencia, la magnificencia del sentimiento por su pueblo y la maravillosa sensación de la libertad".
"yo les voy a leer. este libro tiene diez cuentos. tiene cuentos fantásticos, de pura fantasía, ¿no? y después algunos basados en hechos de la vida real."
explica algunos de sus cuentos y luego añade: "por último, les voy a leer el prólogo: ¿quién soy? ¿una extraterrestre? ¿una idealista? ¿una rebelde? no lo sé. desde siempre imagino a nuestro planeta como un paraíso inmerso en acuarela, veo a los pájaros deslizarse por los aires, y admiro ser como ellos, volar, volar, y volver al firmamento con la conciencia tranquila, introducirme en los espacios siderales, formar parte de ellos, viajar en brillantes cometas hasta los confines del universo, revertir las desigualdades de la calle, que son tantas y duelen, actuando correctamente, tanto mal y la desigualdad, que me carcome, ¿me pregunto el porqué?, lucho contra viento y marea. al sentirme distinta a los demás, comenzó mi gran dilema, ¿por qué mi mundo interior, que plasma páginas, que cobraron vida, con el correr de los tiempos debía hacerlas también para que ustedes, queridos lectores, se introduzcan en mi mundo de fantasía, de infortunio, de sueños, de magnificencia, de soledad y de amor? ¿por qué no, queridos lectores? aquí estoy, ¿me acompañan?"
aplausos pero más desconcertados, mandibuleando algunos ya por el piso. agrega nazarena: "las bellas locuras inundan el alma y te hacen feliz."
tuve sensaciones espasmódicas similares a ver un gol de media cancha y que no haya a quien contarle.

dos días después en la sala juanamanuela gorriti, con la presencia de juan manuel urtubey, que además defenderá los valores y tradiciones de nuestra tierra, y el elenco estable de la cultura de salta, leonor fleming realiza un análisis del alcance de la literatura de dávalos, a 50 años de su muerte. cuanto más tiempo muerto, más recordado se hace. huele un poco a traducción turística pero hay algo de razón: dávalos funda una literatura y un espacio, justamente el que les toca imaginar a quienes oyen hablar de salta. otra vez pérez lee poemas, pero no los poemas de pérez si no los de dávalos. entre ellos, el del tata sarapura. cuando sarapura termina de bajar del cerro, me quedo mirandole la cara a mi amigo y le digo que nos vayamos. falta poco para el vino, las empanadas, los quesos, el folklore. la cosa es simple, nomás irse, hacer otro lugar. vengo de un descenso al infierno la noche anterior, ¿qué más puede decirse? ¿alguien alguna vez disertará sobre la obra de margrita rosa gonzález o de dolores vergara de malica? es cierto, la pregunta es otra, pero los dinosaurios van a desaparecer.

abril 27, 2009

EL TIEMPO DE LOS POBRES

el tiempo de los pobres es distinto. el caldo espesándose al fuego largamente, embrujándose de sabores. las caras sin esperanza de los invitados. el arrebato fugitivo por las calles atiborradas de publicidad: comprá, gastá, pagá en cuotas, ganá. y los que no tienen ni para empezar guardan las manos en los bolsillos y se tragan el aire nauseabundo de la ciudad. y los que recién empiezan cuentan las horas, cuentan el precio al que tuvieron que vender algunas horas de su alma y dicen sin poner la vista al mismo nivel: ¡sí, señor! ¡cómo no, señor! ¡por nada, señor! suman, dividen, conspiran para que la máquina siga funcionando. con la grasa de sus cuerpos lubrican sus mecanismos y siempre al final es una enorme resta.
¿por qué así? ¿por qué no una felicidad más sensata? ¿cómo no salir y envolverse de dinero y telas agradables en vez de esta grafa? ¿cómo no recorrer las librerías y los cafés disertando sobre las posibilidades de la nueva narrativa argentina o del nuevo cine argentino que, dicho sea de paso, ya empiezan a quedar menos nuevos de tanto uso que le dieron? ¿cómo no posar para las cámaras en corrientes? ¿cómo no atarse a una colmena y devorar la miel en vez de ser la abeja? ¿por qué así?
el tiempo de los pobres lo miden los monederos, las tarifas, las fechas de vencimiento, las cuadras repletas de basura ¿o era gente sucia?, los domingos sin fuerzas para sonreír, los bondis atestados, los trenes a punto de reventar, los subtes donde la carne se muele, las veredas donde los cuerpos se enmarañan y luchan hasta perder su consistencia.
el tiempo de los pobres suelen visitarlo muy de vez en cuando para las elecciones que cambiarán el futuro, para los documentales que ilustrarán el presente, para los ensayos que constatarán la ferocidad del pasado.
los carriles del tiempo de los pobres son más lentos porque siempre parecen el tráfico a la hora pico, aunque a nadie se le escapa que no llevan a ningún lugar.

ENREDADERA 5

PLIEGUE

aquí: pliegue del cuerpo: primera posesión: nudo umbilical: la voz: posesión que se dona: se come con la boca: oquedad: pre tensión febril: en no saber, buscar llenarla: rugosidad del encuentro: no todas las revelaciones nos pertenecen: de toda oscuridad haremos sed: la boca pide: dar sed: con agujas incandescentes: tras pasar la lengua: en lo profundo, plenitud de la asfixia: capturar pero permanecer opacos: la boca: pozo ciego: aquí: el malentendido nos de-volverá a (con) fundir.

LA HORA DEL TÉ CITO ROBERTO ARLT, EN EL JOROBADITO

a su modo las citas son textos completos, a pesar de su apariencia, el recorte es ya un texto. si algo significan fuera de la compañía del resto de sus fragmentos, pues habrá que descubrirlo en la nueva relación que entablan con el imán que los atrae ahora. vale decir que se cargan de un sentido novedoso en cuanto los mide otra intensidad: aquí. además, se trata, en no pocas ocasiones, de hallar las palabras que no podríamos decir mejor, según lo quiere Alfonso Reyes, quien de paso se jactaba de nunca citar a otros, citando precisamente a Verlaine, para quien las citas eran muletas de las que sus vigorosas piernas prescindían con gracia.
de allí que suele hacerse necesario explicar las citas, no tanto su contenido como el tipo de acomodamiento realizado, algo similar a las instrucciones para estacionar un auto cuando en la fila queda un espacio.
lo cierto o lo incierto para estas citas es que revisten un sentido diríamos privado: son mensajes que más o menos tienen un destinatario preciso, precioso además, y entonces dicen poca cosa para el lector común (si acaso existe tal comunidad) y sí mucho para ese destinatario, de manera tal que avisan sobre territorios en los cuales este digno enunciador quiere decir-se: la memoria, la vida cotidiana, el viaje. si bien nada de estas condiciones obstaculizan el ejercicio libre de cualquier lector.
lo que define a la cita no sería tanto su sentido como el uso que hacemos de esa voz ajena, ¿o su sentido se define por dicho uso? citar es convocar, llamar la voz de alguien para que uno diga de manera tal que un nuevo ritmo le imprima resplandores inéditos. la hora del té-cito, no es para menos, representa el momento en que nos disponemos a conversar y re-anudar palabras acaso dejadas por la mitad.
por si faltara explicar algo más, estas citas, junto a un changuito lleno de ellas, se pueden adquirir yendo al libro de arlt titulado el jorobadito, lectura, por lo demás, altamente recomendable porque una cita, antes que nada, es una invitación, un pedido de presencia.

LAS FIERAS

Y si me resta tu recuerdo es por representar la posibilidad de vida que yo nunca podré vivir. Es terrible, pero rubricado en ciertos declives de la existencia, no se escoge. Se acepta.

UNA TARDE DE DOMINGO

_ No cuenta nada nuevo usted. Eso ocurre entre todos los matrimonios y entre novios también. Los novios se aburren tremendamente; cuando no son estúpidos por demás. Y usted y yo, Leonilda, si nos tratáramos mucho tiempo terminaríamos por encontrarnos en la misma situación.
_ Es posible...
_ Me alegro que lo crea, Leonilda. En realidad, conocer a una mujer es una tristeza más. Cada muchacha que pasa por nuestra vida nos oxida algo precioso adentro. Posiblemente cada hombre que pasa por la vida de una mujer destruye en ella una faceta de bondad que otros dejaron intacta, porque no encontraron la forma de romperla. Estamos a la recíproca. Somos una buena cáfila de canallas...


EL TRAJE DEL FANTASMA

Mirando en derredor descubrí varios caminos trazados por la planta del hombre y todos en dirección a la cadenuela de montañitas; y, efectivamente, cinco días después de echar a andar por allí, sin percance digno de mención, llegué a la ciudad de las orillas, cuyo nombre no se puede decir, porque es un secreto y cuento lo que vi en estilo enfático, porque es ésta una de las ciudades de las que únicamente se puede conversar con las palabras escogidas y giros cuidadosos.

abril 23, 2009

LUZ PARABAND.MP3

LUZ PARABAND: __ Cae la noche… siempre quise decir eso. A ver cómo funciona esto, REC. Cae la noche y ya andás en bolas. Te paseás por toda la galería. La casa de mis viejos está vacía y a vos no te vio nadie, nadie te vio entrar. Sin embargo entraste. Y qué manera de entrar. Enterrar. La. Cae la noche desde un noveno piso y se hace estrellas contra la vereda. De verdad, un latigazo de estrellas en la cara. Pero así no vamos a llegar nunca a nada, si no volvés y me decís algo bonito al oído. No sé, cualquier cosa, te amo. Bueno, eso no, eso es medio repulsivo. Algo más chiquito. Me parece que sólo te intereso porque soy fácil de abrir las piernas. Siempre me lo estás diciendo. Somos sucios. Sobre todo vos, que ya vas teniendo edad para portarte como un señor responsable. Quiero que te tomés mi leche, decís. Quiero romperte en cuatro, decís. Y empujás como si me odiaras, como si en vez de cojer quisieras destrozarme la carne, atravesarme. Repetís el movimiento cada vez más violento, cada vez se me escapa un grito que no quiero dejar salir pero es incontenible y me tapo la boca y vos ponés tu mano en mi mano y me ayudás a retener el grito. Te miro pero si no hay nadie, dejame gritar, me cuesta respirar, me las arreglo para morderte y me das vuelta y te aferrás a mí como un perro, estamos pegados, me apretás con el brazo, aplastándome las tetas, quiero gritar de nuevo, grito, pero no es de desesperación por no poder zafarme, es que no quiero zafarme. Vas a acabar en cualquier momento y luego qué, me vas a dejar ahí tirada, revolcada y caliente como una puta insaciable. Siento que me llenás con la espesura de tu pija, el calorcito de tu leche derritiendo mis entrañas, estallo y nos conjuramos en un solo acabar y decaemos. Me aplastás un rato, te beso, estás empapado, sonrío y te beso, besitos acá, allá, te aprieto y salís como si te hubieras caído desde un tobogán, muerto. Miramos el techo un segundo hasta que parece que te vas a dormir y yo me detengo antes de decir algo imprudente. Te levantás y caminás a la ventana y te quedás ahí, mirando no sé qué, mirás y no me decís nada. Te das vuelta y creo que vas a volver a mi lado pero no, te paseás en bolas por la casa, vas a la heladera buscando comida, para burlarte de mis viejos, que no están, pero si estuvieran te dirían que te pongás la ropa y empecés a rezar tus últimas plegarias. Mi vieja te miraría la cabeza de la pija todavía brillante y en su furia descubrirías una ternura mal escondida hacia tu pedazo. Ella se iría riendo detrás de su mano hasta la cocina y volvería con un cuchillo de trozar el pollo. Te voy a cortar el cogote del ganso, dibujaría su mirada agridulce. Pero con voz melosa, como relamiéndose la muy soreta por tener ese pedazo de carne entre sus manos y devorarlo en una salsa. Chirría el aceite en la sartén, el fuego te espera. Querés correr, por supuesto, pero ya está mi viejo con su enorme bigote cerrándote el paso y un ojo con el puño. Siempre dije que mi papá es inmenso. Te agarra de la garganta y con la otra mano entra a garrotear tu cabeza, te sacude contra la pared, escuchás mis gritos pero te das cuenta fácilmente de que me da placer, que en este escrache yo soy la víctima y vos el culpable de haberte metido en la cama de una pobre niña inocente, degenerado hijo de re mil puta, después de toda la confianza que te dimos, te dejábamos quedarte a mirar la tele con nosotros, te invitábamos a comer, te prestábamos plata para el bondi, ¡pobrecito, tan bueno!, cómo se iba a volver caminando a su casa, pobrecito, mandále saludos a tus hermanitos y a tus padres, cuidáte, hijo de la gran puta, mirá lo que nos viniste a hacer, mirá vieja cómo nos paga este sorete todo lo que hicimos por él, si no te digo que ya no se puede confiar en nadie, en nadie. No quiero que te pongas triste, se te ve raro el cuerpo cuando abrís la heladera, se te ilumina como si fueras un fantasma que no tiene piernas, te ponés muy blanco. A todo esto mi viejo grita y mi vieja llora y mi hermanita, a la que siempre le tuviste ganas, la abraza pero no puede dejar de mirarte ahí, la muy turrita, con sus ojitos de gatita mimosa. Se te para, involuntariamente, sugerís, aunque yo te adivino el pensamiento y termino de rematarte con la escoba en el lomo. Para cuando terminamos de cocinar tus huevos y tu pedazo, ya estás pálido de tanto haber perdido sangre, así que no nos queda otra que alimentarte. Comemos todos juntitos, como las buenas familias, calladitos la boca, educaditos, los ojos en el plato, sin hacer ruido. Te doy de comer en la boca, bocaditos amorosos, uno para vos y otro para mí. Luego de lavar los platos ya estás muerto y lloro sobre tu cadáver nuestra historia de amor que nuestros padres no supieron comprender. Te beso y grito que vuelvas. Tiramos tu cuerpo a la procesadora y abonamos el jardín con tus restos. Crece un geranio a los tres meses, vieras qué bonito. Ojalá estuvieras aquí conmigo para decirme algo al oído. STOP.

RIVERA, NESTOR PERLONGHER, FRAGMENTO

Sé que se urden a costa de mí infames patrañas dales crédito

algunas de ellas son exactas


abril 21, 2009

ASMODEO

Asmodeo enderezó esa tarde el pico y sonrió demás. Sonó el teléfono. Era Esclavo. Hola Asmodeo. Hola Esclavo. Pasame con tu vieja. No, murió con los ojos estrábicos. ¿Extraviados? No, todavía los tiene puestos. Entonces pasame con tu papá. No, se está bañando con la sangre de mamá. Uh, bueno, dejale un mensaje secreto, después olvidate. Sí, yo le doy, largá nomás. Ahí va: ……………………., ¿entendiste? Sí. A ver, repetímelo. No, si lo repito me puede escuchar alguien más o vos o yo. Tenés razón, acordáte que me prometiste olvidarlo. Bueno. Chau. Chau.

Salió corriendo y se olvidó que a la media cuadra su papá ya estaría prendiendo el secador de pelo y se freiría junto a su esposa (de él, no de Asmodeo, soltero, sin hijos, secundario completo, experiencia en puestos similares, referencias comprobables).

Compró pan compró queso compró media docena de huevos compró dos tomates compró sal fina compró aceite compró ajo compró un libro de cocina recibió un folleto con las ofertas del día aceptó gustoso el insulto por invitación de un colectivero retrucó la misma sonrió porque era huérfano corrió a la casa cocinó un omelette.

Su viejo estaba fusilado hecho un Marat. Asmodeo golpeó la puerta y nadie salió a recibir nada. Pasá, qué querés, ¿no ves cómo está tu viejo? ¿A ver?, uy, tenés razón, no, yo venía a decirle un secreto, nada más. Bueno, está bien, decíselo rápido que tengo que seguir laburando, mirá el desastres que se mandó. Pero vos salí un ratito. ¡Qué pesado!, bueno, bueno. …………………………………….., ¡listo! ¿Eso era todo?, tanto lío al pedo, a ver, ahora sí. Claro, te dejo trabajar tranquilo, seguí nomás.

Asmodeo terminó el tinto ancestral que había quedado en la damajuana y volvió a ganar la corriente callejera. Esta vez era sublime la intemperie. Abandonado a sus más recónditos dolores de húmeros y nervios anduvo recto y apurado con tal de no pensar atrás. Salió sin mochila así nadie le preguntaría quién era de dónde. Despejó el balón de la memoria hasta la media cancha y secó el sudor de sus axilas con un diario repleto de noticias recientes y de lo más reales. El mundo es un calabozo, se le imprimió en el cuero. Raspó y leyó de nuevo: El mundo es una calabaza. Raspó y volvió a leer: seguí participando.

Siguió de cerca una petisapeladahippiesandaliasdecuero le desgarró el perfume y la fue respirando veinte cuadras hasta que ella sintió un fuego en la espalda en el semáforo rojo atorado se permitió embestirla desvestirla irla devorando con las fauces babosas. La petisa vislumbró un punto de fuga y Asmodeo quedó apresado entre el ardor de su impaciencia, la única ciencia que conocía, y el embotellamiento de la hora más orgiástica del día. Zafó, fumó un cigarrito y se incrustó en la bóveda de un teatro: inauguración de una muestra de pinturas sobre el color local con la visita de su autor.

Vino tinto circo agua mineral pepsi light prohibido fumar prohibido estar fumado. Habló con el artista pidió que le contaran qué estaban viendo sus ojos habló de mujeres con el artista intercambiaron sonrisas de complicidad le fueron presentadas otras tantas y las devolvió en estado estupefaciente les contaba cuentos le servían vino no le dejaban de servir Asmodeo ya estaba inservible y brumoso con pasto en vez de lengua.

Comenzó a rumiar: ¿me puedo llevar esta? No. Quiero hacer un cuento sobre esta. ¿puedo? No. ¿Te puedo sacar una foto? No. ¿Te puedo hacer una entrevista? No. ¿Sos de acá? No. ¿Querés que me vaya? Sí sí sí sí sí.

Asmodeo cobró una notoriedad tránsfuga y raptó algunos estudiantes de periodismo que no cazaban una: hilvanó capturas vaporosas, imprecisó sentidos esplendentes, armó collares de mostacillas aéreas, no se olvidó de mencionar maestros y enseñanzas, posó y retrucó preguntas, guió derivas hacia otras salas donde reinaba el más vacío de los malestares, se atrevió a pedir una última pregunta y que esta fuera la más importante. ¿Quién carajo sos? No sé. ¿No sos el pintor que inaugura la muestra? No, yo no, no todavía. Decepción inatajable al ángulo y se tomó el palo.

Palpó sus bolsillos pero sin recuerdo. Revivió con golpes en el cráneo, gritando por alguien, gritando porque algo parecido a la levadura estaba reaccionando en su interior, se le escapaba por la nariz, por las orejas, por los ojos, por la boca, por los poros del último granito reventado, por el culo, por el ojo achinado de la pija. Eran aullidos más que un nombre. A vos te estoy hablando, nunca hablás conmigo, sabés que sos un hijo de re mil puta, bestia de mierda, mirá lo que me hiciste, la concha de tu madre, ¡cuántos cadáveres más necesitás para la cena!, andá, contestáme, fulmináme de una puta vez, a ver si sos tan poderoso. Cada vez reptaba más, adquiría las formas de las alcantarillas, se iba convirtiendo en excremento. Asmodeo sintió un olor a mierda insoportable. Él también tenía con qué darle, no podía quedar así nomás. Sacó la mugre de sus zapatos y se descalzó y pateó las jorobas de los renacuajos y vio pasar el cadáver de su padre y vio la barca donde era llevado y vio la rabia en los ojos de los renacuajos que pensaban que él, Asmodeo, los estaba traicionando y conoció que la redención no existe y nadó por las aguas negras y fue a dar al mar de la inmundicia y dijo lo que cualquier excremento tiene que decir dijo esto soy pero ustedes son peor y les escupió en el rostro y fue devuelto a su forma natural una vez que puso el pie en la playa.

Caminó con el teléfono en la oreja, metido hasta el cerebro: ¿hola?¿hola?¿quién sos? Yo soy el que es. Ah, ¿qué hacés?, ¿me podés salvar?¿podés? No, no sé, número equivocado. ¿Hola?¿hola? ¿me voy a morir?¿me voy? Hola, ¿vos de nuevo?, no, no te vas a morir, andá a tu casa y tomá agua. No hay, ¿y si no hay? No hay, si no hay no hay, es tarde, andá y dormí. ¿Hola?¿Hola? ¿Qué querés, qué más querés? No tengo sueño, no quiero dormir solo. Bueno, bueno, calmáte, mirá, ehhh, no estás solo, estás borracho, vas a ver cómo mañana ni te acordás ¿Cómo sabés? Porque yo sé todo. ¿Todo? Todo. ¿Entonces no estoy solo? No, no estás solo, ¿ves? Bueno, gracias. Chau. Chau.

Corrió corrió rompió un vidrio rebotó se acordonó en la vereda abrazó un árbol gritó un nombre otro otro y no supo si estaba llamando a alguien o si era que algo le devoraba las tripas. Se detuvo a enloquecer a vomitar rabioso. Miró adentro de un restaurante familiar lleno de puras familias de familias puras. Se tocaban se besaban se reían de sí mismos tentaban el porvenir y salían airosos se atragantaban con ternura y les daba hipo tanta felicidad. Todo era tan encomiable, tan ordenado, tan parecido a las postales de Coca Cola, tan futuro asegurado, tan chamuyo sobre la crisis, tan bello en su mediocridad, tan opalino en su embebida circunscripción al tedio, tan summa teológica de las buenas costumbres y los gustos delicados. Vomitó bilis amarga. Derritió la calle, traspasó las eras geológicas y los transeúntes cayeron al abismo ahí donde la lujuria y la ira son ciegos y desgarran todos los cuerpos.

Asmodeo descubrió una bicicleta negra, dada vuelta. Así no son las bicicletas, dijo. Nadie lo escuchó planear el robo. Tomó impulso se cagó. Volvió a tomar impulso se volvió a cagar. Saltó como los gatos y la bicicleta fue suya por un segundo. Vio el futuro en las tardes soleadas del otoño, las pinchaduras, las caídas, el cambio de esos detalles que la modifican para siempre y la vuelven irreconocibles para el dueño anterior, las nuevas llantas de rayos más gruesos, las chicas que paseaban en su portaequipajes, el manubrio que siempre torcía para la izquierda, las frenadas, las puteadas de los taxistas, las carreras contra los cadetes y los deliveries, la noche, la solitaria y exquisita noche dado vuelta, tocando límites y sospechando formas en las diagonales, armando mapas para llegar a tiempo a los muelles de la madrugada. Salió el dueño. Gritó ¡ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Quiso fusilarlo.

Escapó escapó escapó ya no lo perseguían siguió escapando ¿escapar es solo que te persigan? Escapó. Llegó a su casa, ahogado. Agarró sus rodillas para no hacer ruido. Todos parecían dormir, empujó la puerta bien despacio. Se durmió en silencio, como un bebé.

abril 17, 2009

EL DÍA DE LA RATA


Amanece y hace frío. Tiritando en calzones largos Manuel se acerca al lavabo y se dispone a darse una afeitada. No se detiene hasta que su piel queda lisa y turgente como en su adolescencia. Sonríe interpretando malamente a un galán de cine y se acuerda de un corto de Scorsese, The big shave, que siempre le hizo gracia por lo desopilante del relato. Un hombre se afeita al extremo de que su cara se vuelve una sola barba de sangre espesa. La música también le había gustado.

Con que al amanecer el frío ya se está colando por debajo de la puerta y ahí lo tenemos a Manuel tiritando en calzones, sorbiendo un té con poca azúcar y un pan lactal mientras en otra parte de este mismo planeta una mujer decide abandonarlo a su deriva. Que el frío entre por las mañanas, desde luego, nunca es suficiente.

Manuel recuerda un sueño que tuvo el otro día pero no sabe a quién contárselo. Sabe que algunos sueños nacen por sugerencia de la vigilia. Teme que algunos sueños desemboquen en ella. Estaba un domingo en el pasaje Gardel, sentado en la primera fila de muchas, esperando para ver una película de Sergio Bizzio, cuando de repente aparecieron corriendo un grupo de chicos de no más de doce años. El más atlético de todos, de pantalón corto y medias de la selección, vociferaba que se iba a escapar. ¿Qué se estaba escapando? Una inmensa rata. Todos la vieron acorralada entre el niño y la pared. En un segundo, una patada certera la estrelló contra la base de un farol. La rata quedó panza arriba, boqueando. Los niños se acercaron en círculo, temerosos de que el animal pegara un salto o los mirara a los ojos. Apenas podía patalear y se le veían unos dientes parecidos a los de un conejo y ¡paf!, nueva patada que la hizo añicos contra la pared. Ahí se quedó quieta, como inmovilizada de terror. Unas mujeres que compartían la fila con Manuel se preguntaban entre ellas si era una rata o qué y si era una rata sintieron una compasión tremenda ¡pobre bicho! A todo esto, el más audaz del grupo de cazadores arrojó el cadáver a un charco inusualmente profundo, donde la rata quedó flotando unos segundos antes de mojarse. Tuvo un espasmo y otra vez se paralizó, esta vez fue definitivo. Con la ayuda de una botella de plástico que se iban pasando de mano en mano, los niños tocaban la cosa peluda, la palpaban y si hubiesen tenido con qué, la pincharían sin parar hasta verla atravesada. Las niñas la empujaban y flotaba como un botecito. Reían nerviosas y corrían hacia atrás, excitadas. Luego vino el macho alfa y la retiró de un sacudón que, para variar, la estrelló contra el portón de chapa de un edificio en construcción, adonde finalmente quedó abandonada. Los espectadores la observaban de reojo, con asco. No se sabe bien si además miraban a los niños que ya se habían dispersado en otras andanzas. Otros la observaban fijamente o bien de vez en cuando, temerosos de que se haya movido o acaso adivinando una secreta palpitación. La rata permaneció en medio de una sombra y parecía que algo se la estuviera por llevar hacia el interior de las cloacas o entre la basura de los materiales del edificio.

Un tipo sentado al lado de Manuel hablaba con cara de estupefacción. Él le respondía y luego comprendió que hablaban idiomas distintos o en todo caso que apenas estaban moviendo la boca. Le extrañó el artificio. ¿Se estaría quedando sordo? El tipo volvió la cara hacia la pantalla gigante, entre avergonzado de haber dicho una estupidez y aliviado de no haber puesto en evidencia su extranjería ante un desconocido con cara de peruano que, según dicen, abundan en malas intenciones por la zona del Abasto.

Así que Manuel retorna a sus pensamientos, mansión indiscutible donde puede estar en paz y recuerda la historia de la rata, la novela Rabia de Sergio Bizzio y une esta información a la presencia física y fílmica de Bizzio en el pasaje Gardel para deducir que él mismo es una rata. Amalgama todo este surtido de información al álbum fotográfico donde no hay más que imágenes de Clarita y se sacude cualquier seguridad que pueda haber tenido y listo. Que esa es una señal que le advierte sobre un posible destino lo sabe por estar acostumbrado a la paranoia más omnipresente. Manuel toma por inequívocos estos destellos de una realidad aún por acontecer y anda con cuidado, mirando a los dos lados antes de cruzar la calle, evitando las escaleras y ahuyentando a los gatos negros, a los gatos en general puesto que él mismo es una rata.

Una bruja le había dicho que su signo en el horóscopo chino era precisamente rata, una rata de tierra. Como es sabido, el elemento natural de la rata es el agua, su relación con el elemento tierra es destructivo, un par inarmónico que provoca malas pasadas. Manuel supone en esto muchas verdades: no sabe nadar, le teme a las alturas, es ágil en cualquier terreno, le va mal en el amor, no consigue trabajo y lo matan cuando quieren como si fuera una peste.

Una vez terminado el té, la rata Manuel se dispone a salir a caminar. Su nomadismo es proverbial. En ocasiones ha llegado a caminar hasta 120 cuadras, lo cual no es demasiado si pensamos su traducción kilométrica a 12. Sin embargo camina mucho, los agujeros en las plantas de sus zapatillas dan testimonio de ello.

En el camino pensará en todo lo que ha soñado anoche. Deseará, tal como conviene en las ocasiones nefastas, olvidar pronto y de manera rítmica, de suerte que pueda andar mirando ventanas, árboles, plazas, números ascendentes, descendentes, carteles, caras, piernas, ojos, manivelas, autos, bicicletas, sobre todo bicicletas y mujeres bonitas pedaleando deseosas de llevarlo.

La tierra puede más y Manuel, original en otros aspectos, no hace más que deambular sin sentido, con un hálito sombrío o, para decirlo de otra forma, como si algo le devorase el aliento a mordiscones. La primera señal de que su sueño se hace realidad lo tiene cuando se involucra casualmente con una columna del movimiento clasista y combativo y uno de los compañeros encapuchados le entrega un bastón de madera pesado delante de un fotógrafo. Debido a su inoperancia en este tipo de manifestaciones, trata de huir pero ya los cantos y una especie de abrazo forma una barricada cuando la federal inicia el bombardeo cerca de plaza de Mayo. El gas surte su efecto y algunos se dispersan. Manuel queda ciego y solo oye gritos y después un crack muy cerca de su cabeza y no se da cuenta de nada hasta que un líquido caliente le baña la cara. Es pegajoso y salado. Acá tenemos una rata, escucha decir a alguien y después despierta en una comisaría.

Todos los compañeros, así se llaman entre sí, hacen un alboroto espantoso en la celda. Se burlan de los policías y aprovechan para amenazarlos cuando interviene el abogado de derechos humanos. Manuel resulta esgrimido como pancarta a favor de la noble causa que están por orquestar, si bien ninguno de los presentes puede afirmar que lo conoce. Algunos suponen que vino de La matanza y otros dicen que es de la Villa Riachuelo. Los más desconfiados sostienen que es un cana de civil porque cuando le preguntaron de dónde era y con quién andaba no supo responder. Es que tiene un golpe en la cabeza, dicen algunos. Eso es lo que vos crees, dice otro. Manuel permanece con la sangre seca en la frente, tirado y como si su cráneo fuera un galpón vacío donde alguien martillea contra una campana sin parar.

El abogado logra sacar a todos sus amigos clasistas y combativos pero no puede hacer nada por Manuel, apenas llevarlo a un hospital custodiado, odiado por canas y clasistas. La rata Manuel no logra escabullirse sino hasta bien entrada la tarde, cuando los analgésicos surten un efecto eufórico mezclado al suero. Al salir, los canas fuman un cigarrillo y hablan entre sí, sin prestarle la más mínima atención. Camina pegado a la pared y aligera el paso cuanto más cercana es la puerta de calle. Recién entonces comienza a correr y gana la vereda, una cuadra, dos cuadras y al fin un dolor insoportable lo tumba en las escaleras de una casa muy vieja. Una señora con su perrito le arrojan dos monedas de un peso y siguen de largo. En eso sale el portero y le pide que se retire porque ahí no se puede pedir limosna. Manuel camina agarrado de las paredes y pronto se percata de que está dando la vuelta a la manzana y zafa hacia la plaza del Congreso. Allí hay muchos perros y estará a salvo de ser devorado. En el camino se ven los vestigios de la bulla y el enfrentamiento. Muy de vez en cuando cree reconocer algún encapuchado tan solo por cómo sostiene la mirada altiva y llena de resentimiento universal. Desde luego Manuel ya no quiere más problemas, solo descansar un rato y seguir hasta su casa, donde podrá echar una siesta y quizá comer un sándwich de queso con mortadela. Además de tomarse el vino que quedaba de la otra noche.

El tiempo parece aquietar su marcapasos y se aglutina en los bancos al sol del mediodía otoñal, espeso y riguroso se aferra todavía a la novedad de los diarios, al bullicio de los autos, a los horarios del tren, adopta los colores de los bares vacíos, se escabulle entre los bolsillos de la gente, adereza el horario comercial, pone punto final a las vidas de algunos insectos, absorbe las estatuas como si le pertenecieran sólo a él, mira de reojo a los desocupados y sigue de largo, todo en el aire es tiempo secándose al sol, evaporando las últimas gotas de la lluvia de la madrugada, un tiempo obligatorio para vivir conmueve a los pájaros y aparecen grúas e imprecisas voces pidiendo algo, manos corroborando carteles, teléfonos que suenan en el desconsuelo de las oficinas; prótesis real de lo que hilvana la experiencia, el tiempo sucumbe a la tentación del instante y resplandece entre las conversaciones de los jubilados que recién se sientan a contemplar el aire con las manos juntas sobre las piernas. La rata Manuel se aplasta contra un banco y se ejercita en la noche, que combate por todo, por cualquier cosa.

Ayer soñé que era pequeño, era yo, es decir como soy ahora, en tamaño quiero decir, al principio iba para arriba y entonces una luz caía sobre mi cara, me golpeaba y al despertar era otro, insignificante, no tiene mucho sentido soñar así, no sé, como si me hubieran llevado a un país de gigantes mientras estaba aturdido, inconsciente, no sé, me llevaban, me dejaban tirado en un almacén lleno de gente averiguando precios en el mostrador, el dueño se veía desbordado y abría los brazos y con las palmas hacia delante echaba atrás a los clientes, hay para todos, decía, no se pongan encima del mostrador, por favor, los voy a atender uno por uno, pero hagan fila, por favor, al que no haga la fila no lo atiendo, y yo mirando desde el suelo, gritando que se callen, gritándole a los pies que dejen de raspar el piso, que se muevan un poquito porque no veo nada, que quiero salir, me falta el aire, los pies se mueven sin método, patean, zarandean el polvo y la mugre se me va pegando en la ropa, grito más fuerte y uno de los hijos de alguien me agarra confundiéndome con un juguete, me aprieta, me estira, hago fuerzas para evitar ser aplastado, quiero que se aburra pronto, hago más fuerza para quedarme duro, esto no le va a gustar a tu mamá, le digo y lo muerdo en la mano, el nene me revolea lejos y su mamá lo mira, ve un puntito rojo y se asusta, qué te pasó hijito, qué te pasó, el nene se larga a llorar, si la mamá se hubiera quedado callada el nene no hubiese llorado, lanza un chillido con su enorme cara arrugada y roja, patalea y dice ¡una cosa!, mamá, ¡una cosa!, señala con el dedo un vago rincón donde puede haber de todo, el almacenero pregunta qué pasa y los demás se enojan porque piensan que anda en líos con la mamá del nene y gritan que haga la fila señora, acá todos somos iguales, es que el nene, el nene, dice la mamá, me lo mordió una rata, ¿una rata?, una rata una rata una rata una rata, gritan las voces y retumban en mi cabeza hasta que me revientan el cráneo y comienzo a caer en gajos, algo gris aparece debajo, una pelambre gris con pintas marrones, repugnante, mis manos se terminan convirtiendo en garras, siento mis dientes se alargarse y hasta puedo verme la punta del hocico lleno de pelitos y bigotes largos como tanzas, grito muy fuerte o no sé qué, la gente se da vuelta y ahí estoy, ratificado en un espacio que ahora es EL espacio, un escenario donde ahora todos pueden verme y huir despavoridos, el descontrol es absoluto, los pies rajan caóticos, buscan la salida a gritos y empujones, alguien cae, la mamá aúpa al herido y pide socorro para la pobre víctima que no para de llorar, un viejo incinera al almacenero con la vista y el almacenero regurgita ofertas a cambio de que nadie lo abandone, pero si es un bichito nomás, no pasa nada, nadie atiende sus palabras y el viejo de la vista láser se las agarra a escobazos conmigo, me persigue mientras voy gritando que no sé qué pasa, que no me parta, no me aplaste, no nada, por favor, el que pide auxilio soy yo, me escabullo entre las bolsas de alimento para gatos y ahí me doy con que mi voz es un chillido espantoso, que resulta imposible comunicar mi estado a otros, ya puedo imaginarme viviendo entre los desperdicios de un basural con otras ratas que a lo mejor no entienden mi idioma de recién transformado o a lo mejor todos entendemos que no hay nada más que la basura para entender y por eso no hablamos entre nosotros, puedo verme entrar y salir de las cloacas, robar y devorar con agilidad, romper cables, asustar gente, agitar mi corazón a 450 latidos por minuto, veo la grieta abrirse entre los pies, un tobogán hacia otra vida, un escobazo me atonta contra un estante, me sé perdido, el viejo hurga sin dejar de blandir la escoba, se asoma y su cara es repulsiva, llena de poros y pelos injertados, grasientos, el almacenero mira desde atrás, atento a que salga para aplastarme con una sartén de teflón, nuevo escobazo, tenso mi espalda y quiero erguirme para conversar pero no es posible razonar con nadie, el tipo desparrama la mercadería por todas partes y algunas mujeres todavía pueden verse al otro lado de la vidriera, expectantes e histéricas, el viejo deja de arremeter y aparece una señora culona que pretende hacerse cargo, ya estoy perdido, el viejo no puede impedir el relevo y deja hacer, la señora me llama, dónde estás, dónde estás, ya vas a ver cuando te aplaste, rata de mierda, ya vas a ver, se me agita el corazón todavía más porque no estoy acostumbrado a este ritmo, me quedo quieto y quiero trepar pero no hay forma, ¿si salto?, ¿adónde?, la memoria humana empobrece el instinto, la culona está a punto de descubrirme detrás de las conservas, la veo reír triunfante, estoy temblando, la última lata de duraznos desaparece y cargo contra sus piernazas, la obligo a huir o a matarme, ya no puede lo último, soy veloz, soy el viento, esquivo el escobazo del tipo, gambeteo la sartén del almacenero, barrilete cósmico de qué planeta viniste, quedo de frente a la puerta, solo, voy solo, a una velocidad impresionante pero que para mí es cuadro por cuadro, la gente en la vereda se desparrama, se preparan me apuntan fuego, lluvia de cascotes y zapatazos, gritos como de fiesta, ceguera de pánico, el filo de la puerta destaja mi cabeza, ya estoy por ganar la vereda, en un instante me perderé por las alcantarillas, entonces entre la gente se destaca una cara imperturbable, apenas salgo la gente se hace un solo cuerpo circular y quedo en el medio con una mujer hermosa que simplemente mira, me detengo y nadie me hace nada, me quedo estático, ella me mira y me extiende la mano como si supiera quién soy, como eligiéndome, sin temor, apaciguada, me quedo muy quieto, la mano me acaricia la cara, resplandece, la mano me alza hasta sus ojos, me sopesa y me extiende una mirada curiosa, los demás comienzan a desvanecerse y luego se van del todo, aquí te sostengo, dice por fin, aquí, por fin, ahora soy un corazón repulsivamente inquieto y sanguinolento que late a 450 revoluciones por minuto, sos un bicho malo, me dice, no deberías asustar así a la gente, ahora te voy a curar un poco esa cabecita, dice, vení conmigo, y me guarda en un bolsillo de su cartera, creo que me lleva en su auto y que me lleva a su casa, pero al despertar estoy en una jaula, rodeado de aparatos blancos, de mesas blancas, delantales blancos, bocas llenas de dientes blancos, todo es blanco y estéril, salvo yo, me sacan, ey, ya te despertaste, y me agarran de la panza y comienza a pesarme en una balanza electrónica, después me pasan una podadora diminuta por la cabeza, me ensalivan o me agregan una sustancia gelatinosa en las sienes, unos electrodos y me convidan medicamentos mientras sonríen, a ver qué te parece esto, dice la mujer hermosa, y me da una descarga eléctrica que me sacude, chillo de sorpresa aunque no me duele demasiado, otra más, otra más fuerte, más fuerte, fuerte e intensa, más todavía, me sale humo y olor a hamburguesa de mc donalds, jejeje se ríe la mujer, ¿te gusta?, claro que me gusta, chillo, todo sea porque rías, entiende mis chillidos y prosigue con la vivisección de la zona abdominal, mide la temperatura de mi cuerpo y panza arriba me abre como campera, no te va a doler, en serio, quedáte tranquilo, me inyecta un líquido azul que me hace cosquillas y comienzo a ver todo azul, pataleo contento y siento que me sacan un pedazo de algo, alguna parte de mi cuerpo me avisa que me estoy quedando vacío, pero estoy contento, drogado y contento, no sabés lo que hacés, le digo sin parar de reír, ella incrusta sus dedos y arranca una tirita muy graciosa de tripas en movimiento, bueno, mirá, esto sos vos ratita, me dice, muñequeando como si pescara y no supiera bien qué hacer, después me muestra uno puntitos rojos, estos tus riñoncitos ratita, después cosas extravagantes y amarillas, huesos de juguete, me siento enternecido y feliz, se me ocurre que solamente soy una bolsa de cuero vacía, el líquido azul ahora es inyectado directamente en mi cerebro a través de la nariz, ahora sí, querido ratoncito, miráte, me dice y me pone un espejo, como hacen los peluqueros cuando quieren saber si estás satisfecho con el corte, ríe a carcajadas porque hay un aparato capaz de medir el pánico y ahora está asombrada con sus hallazgos, los animales también mueren de miedo, anota, salta y el terror se intensifica cuando me hace ver cómo soy por dentro, cómo se devora mis entrañas cocinándolas apenas con el encendedor, mirá ratita, esto es lo que sos, me dice mandándose los riñones al buche, y me abre bien grande el cuero vaciado donde apenas late un corazón y un par de bolsitas flojas, se ríe de felicidad e inyecta más droga, la felicidad ahora es un rapto de terror insoportable, me quiero despertar y nada, porque yo sabía que era un sueño, pero pensaba que me iba a llevar a otro lado, quería ver hasta dónde me llevaba el sueño y ahora estaba perdido, no podía abrir los ojos, no podía cerrar mis ojos de rata y ver otra cosa que no fuera el vacío tal cual es, dominé los gestos hasta el punto de quedarme inmóvil, tramposo, dice la mujer, tramposo, todavía puedo ver tu corazón latir, vos decime si te duele cuando te lo aplasto, ¿nada todavía?, decime, mirá que no te quiero matar, te quiero conocer, quiero saber de dónde viene el miedo a la muerte, dale, decime, no seas zonzo, ¿te duele? ¿te duele mucho?, la verdad es que no me dolía nada, solo quería despertar o acabar de morir de una sola vez, mi corazón estalló entre sus dedos y pude ver su cara ensombrecer, decepcionada porque no había dicho nada, desaparecí del espejo y me vi revoleado a un cesto de basura, junto a una pila de cadáveres de cosas y animales de ojos secos.

En eso suena el teléfono. Es Clarita. Hola Manuel, ¿cómo estás?, mirá, yo, quería, necesito, no sé, es complicado, ¿vos cómo estás?, ¿a qué hora vas a tu casa? Necesito verte un rato más tarde, ¿puede ser? No, no, no pasa nada malo. No, es que por teléfono no se puede. ¿Eh? No, te digo que nada malo. No, no estoy enferma, es que hoy me levanté con fiebre y con la voz medio tomada. Me tomé unas pastillas, estoy bien. No, no era eso, es otra cosa. Manuel, voy a tu casa más tarde, a las ocho, ¿te parece? ¿Por qué? Ah, vos tenés una suerte para caer en cana, ¿ves? por andar metiéndote donde no te llaman. Te dije que andés con cuidado. Sí me enojo, sos un boludo, mirá si te pasaba algo malo. ¿Qué? ¿En serio? ¿Cómo? Manuel, ves que sos un pelotudo, solo a vos te pasan estas cosas. No, ya te dije que no, a la noche. Tenemos que hablar, en serio. No sé, últimamente me siento rara, no sé. No, no es con vos. Esperáme ¿sí? Chau, un beso, chau.

La rata Manuel sorbe una latita de Quilmes, traga dos miorelajantes, afloja las tiras de sus zapatillas y tiene la segunda señal: miedo y aburrimiento conjugados para dar el latigazo preciso. Entre los arbustos hay una gata que acecha desinteresada a los pajaritos. Bosteza y lava su cara. Los pajaritos salpican las piedras rojas y destilan sonidos que solo ellos comprenden. Una bolsita plástica parece el paracaídas de un auto invisible cada vez más acelerado. Un perro asusta a unas niñas recién bañadas y esmeriladas para el amor. Un pajarito picotea de más, se engancha con las palomas más gordas. La gatita al cambiar de la sombra al sol se vuelve de oro. El ómnibus deja atrás a un hombre y su mujer, sin darse cuenta o dándose demasiada cuenta, paga dos boletos y no se la ve bajar. El hombre no habla español. El pájaro enmudece. La cola de la gatita de oro se contonea como una serpiente. Se nota que ella es feliz.

La rata Manuel ve signos hasta donde no los hay. Un chorro pasa corriendo y corta en dos la plaza. Medio minuto después pasan dos hombres, uno grande y fornido, el otro más enclenque. El grandote le lleva ventaja y por un instante uno no sabe si es bueno o malo. Recién se entera cuando se detiene a tomar aire y le grita al enclenque para que se apure, que todavía lo pueden alcanzar. El enclenque llega y se tropieza con el borde de la vereda y se lastima la cara y la mano. El fornido lo mira y no dice nada. Recupera el aire, lo levanta y le dice dónde puede encontrar un policía y se va como si nada o como si no quisiera ser visto al lado de aquélla víctima de la inseguridad. Se sacude un poco de estigma y ni saluda. El enclenque permanece un rato más, buscando no se sabe qué en uno de sus bolsillos, cuando parece que lo ha encontrado se da un chirlo en la frente y grita ¡qué boludo!, y de nuevo a perseguir, pero esta vez en dirección al fornido.

Llegan las dos de la tarde y todos vuelven a sus madrigueras. El tiempo ahora es una bestia que les sopla en la nuca, acechándolos, amenazándolos de muerte. Todos corren a un ritmo acelerado, comen de pie, vociferan para hablar con el de al lado en la fila interminable de los bondis que pasan de largo atestados, el colapso tiene nombre de avenida, el atropello pasa inadvertido, todos huyen despavoridos de las oficinas, de los agujeros en donde habían permanecido, sonríen, desanudan sus cuellos, al fin una tregua, el tiempo es un bólido ahora, es un líquido acidoláctico que penetra las musculaturas de los artefactos y hasta los niños se aferran a sus madres con temor de ser absorbidos por los túneles y el descontento, las noticias a esta hora pierden vigor, todo está un poco más gastado, opaco y deslucido, las horas esperan inciertas a que alguien las siga, en los cafés se arremolinan las voces y como nunca los solitarios se ven invadidos de una maravillosa algarabía, de un lado al otro de la ciudad los cuerpos se yerguen y se preparan para la tribulación, algunos se van a encontrar por primera vez y otros ya no se volverán a ver nunca más, y hay todavía quienes dan un paso en falso y pierden.

La rata Manuel sufre un caso severo de ausentismo. En efecto, permanece ausente de su hogar, de su especie, de su enredadera, de sí mismo. Tales señales en una rata de tierra no conducen a nada bueno. Además de ser notoriamente enano, sus cualidades se ven cercenadas por una incomprensible voluntad al encierro y la caída fácil en trampas. Una rata es una rata en todas partes y no puede evitar devorar con lascivia los quesos que le ponen los demás. De modo tal que lo único que le conviene hacer es aguardar en su casa, en el encierro viral.

La rata Manuel se encamina pues hasta su cueva. Aferrado de las paredes, logra sortear los múltiples obstáculos que le impone la civilización: baches, semáforos desincronizados, ladrones de poca monta, policías que de todos sospechan, autos sin frenos, gente cansada y que mira al piso sin fijarse a quién pisa, vendedores ambulantes, soretes de perro, perros, vagabundos y mosquitos que en la ciudad son de cemento.

Al llegar a casa, huele a quemado. Sí, es la cocina. Un pedazo de carne negra en el horno. El infierno a domicilio. Los vecinos se quejan, Manuel, siempre te estás mandando cagadas, después vienen y me dicen a mí, y vos decime qué carajo tengo que ver con tu estupidez, ¿eh? Encima todavía me debés este mes. Si no podés pagar te cambio al otro departamento, es más barato, no tendrá estos lujos pero, che, si vos lo único que hacés es dormir todo el día, y mandarte cagadas. Mirá, vos sos mi amigo y no me gustaría verte en la calle, pero ponete las pilas viejo, si no esto no anda. Bueno, y ¿qué mierda es eso? ¿Un palo? Ah, claro, asado, para Clarita, jeje. ¿Cómo anda? Bueno, vos no te hagás drama, yo te soluciono todo, la traes a comer a mi casa, y por favor, apagá ese horno y abrí un poco las cortinas, haceme el favor.

La rata Manuel aprovecha la invitación para no hacer nada. O para anidar entre unos sorbos de vino tinto. $ 6.50, 1250 cm cúbicos, marca infame, olor a mingitorio de hospital, sabor a brea. El agua no lo mejora ni el hielo es un compañero fiel, hay que sorberlo como un cóctel de cicuta y dejar que la embriaguez asesine las premoniciones. La rata Manuel roe unas milanesas de berenjena sin ganas y luego se queda sentado frente a la pared, gira hacia la ventana, sin abrir, hacia la puerta, hacia el baño, hacia las escaleras, hacia el portón de chapa de su imaginación, se ve estrellar la cara contra un muro, quedar inmóvil y observado por los transeúntes.

La rata Manuel escande el vino alegremente, prefiere estas vías de extinción. Retorna ermitaño a su colchón en el suelo. Tiñe un poco las sábanas y no se sabe si es el tinto o la sangre de una pulga que transmitirá la peste bubónica. La rata Manuel mira el techo y sonríe al ver el ventiluz por donde nunca entra la luz, los mosquitos se empecinan en describir un aire errático de fuga, los pelos de la cara de la rata Manuel crecen a pasos agigantados, se le llena de una alfombra gris el cuerpo, de a poco su espina dorsal se curva y las rodillas le chocan el pecho y los brazos parecen dos palitos secos terminados en garras, las orejas se le hacen para atrás y como si fuera un muñeco de plastilina al que le estiran la cara, le sale un hocico cónico y lleno de protuberancias. Dice algo como una invasión y oye un chillido salir de su propio cuerpo entumecido, que ya no le obedece, que obedece a otra cosa, un llamado, algo que se parece a un imán atrayendo fragmentos, esquirlas. Se incorpora pero ya está en cuatro patas y una cola escamosa y anillada se retuerce entre las sábanas. ¿Qué hacer ahora? ¿Dónde esconderse rata Manuel?

Escarba una bolsa de basura, primer instinto de bestia. Sucumbe a los restos de cáscaras de papas y aceite quemado de las milanesas. Devora confundiendo el pan duro con un hueso y se sacia. Recorre el baño y no ve nada, el espejo es un lugar siempre obsceno porque no nos muestra en nuestro ser. No llega. No sabe trepar y las cortinas tienen como una gelatina adherida a ellas. Sin embargo promete dejar las diversas enfermedades que sus genes consienten: hantavirus, leptospirosis, criptosporidiosis, fiebre hemorrágica viral y fiebre Q. Todas empaquetadas y listas para el próximo que venga.

La rata inquiere con su hocico las carnaduras de un sillón, oye la vecindad de otros roedores, los ve venir, una plaga de ratas, hartas de devorar las caras de la gente, hablando entre sí y diciéndose cosas a los gritos para que todos sepan que han llegado y no se piensan ir, ríos de ratas, marejadas de ratas, saliendo de los canales, las ve venir rabiosas, pestilentes, bubónicas, a mostrarnos la podredumbre en que hemos estado viviendo sin saber, las ve venir y ya no le asusta si lo confunden con una, las ve venir ahora mismo, aquí.

Suena el timbre y Clarita espera unos pocos segundos antes de utilizar su propia llave. La puerta se corre con lentitud chillona. Adentro reina la oscuridad y a veces la espuma de las persianas toca algún mueble, la pecera, el televisor, los discos que ya no se usan, Clarita lucha con el peso de la puerta. ¿Manuel? ¿Manuel? ¿dónde te metiste? Clarita prende la luz, todas las luces de la casa. Hasta la del baño. Clarita juega a ser la dueña de casa: revisa los remitentes en la correspondencia, chequea los mensajes en la contestadota, verifica la suciedad de los platos en la pileta, transporta su espíritu al pasado cuando ve la pila de ropa sucia y la levanta, la tira en un cesto y se promete nunca más volver a hacerlo, sostiene unas fotos en que sonríen abrazados, ¿cómo pudo haber pasado tanto tiempo?, ¿Manuel?, ¿sos vos?, mirá que si estás escondido no es gracioso, tenemos que hablar de algo serio, Manuel. Pero la rata Manuel no aparece por ninguna parte. Todo alrededor forma una pantalla elástica, delicada, la fluorescencia palidece la cara de Clarita. Llama al celular de Manuel, Manuel no contesta. Manuel oye un solo llamado y lo obedece sin contrariarlo. Suena en la otra habitación el ring tone tan estúpido de Homero Simpson NO TV AND NO BEER MAKES HOMER GO CRAZY, una y otra vez, una y otra vez.

Por fin Clarita lo descubre entre las sábanas. Hay olor a vacío. ¿Manuel? ¿Manuel? No es gracioso. ¿Estás bien, Manuel? La rata chilla entre la pileta y las ollas limpias. La rata chilla adentro del cesto de la basura. La rata chilla en las tuberías. La rata trepa las ventanas y se escabulle al interior del departamento. La rata sale del inodoro. La rata toca el timbre y pasa. La rata acude junto a sus amigas a un festín orgiástico. La rata se conduce como se conducen las ratas y muerde un tobillo, rasguña un dedo, hiere el doblez de la pollera, añade terror a la cara de Clarita arrinconada en el living por una masa gris de ratas, ratas, ratas, por todas partes ratas. Una se le cuela por entre las piernas y se introduce hasta la mitad, sin por ello dejar de morder antes de morir asfixiada. Otra le devora la cara. Otras atienden los dedos. Otras se dedican a tironear unos pedacitos rojos con la de al lado. Las ratas, Clarita, las ratas, la invasión. Clarita sacude las manos atormentada, patalea en el clímax del dolor, traspasa algunas cabezas con las agujas de sus zapatos, la rata Manuel decae entre uno de estos zarpazos y las demás ni se percatan. La rata Manuel ve que una cosa blanca comienza a aparecer, la rata Manuel cierra los ojos. Clarita deja de gritar.

Las horas se anuncian en su desnudez insomne, reparten cuantiosas sumas de tedio y techos, misterio y oportunidades, grandes ventanales iluminados, ventiluz de baño, chimenea de restaurante familiar, grasitud en los pliegues de la escamoteada danza de las prostitutas, los drogadictos deambulan y andan de faena, los borrachos se precipitan en sus primeros tragos, la sed se vuelve cósmica y a cada uno le toca una sed distinta, el deseo resplandece en promesas, el conocimiento gana encanto cuanto mayor es la incertidumbre, se acerca la hora de abordar la noche, el aire permanece estirado y tensa los pasos de los transeúntes, casi no se ven autos, o ya no es necesario verlos, es necesario entrar a pie en el mundo; adormecidos, dromedarios, parásitos, cartoneros, libertinos, inseguros, rapaces, todos se funden en la indistinción que da la sombra. Oscura nervadura de los ojos, el día de la rata llega a su fin.

abril 15, 2009

ENREDADERA 4



A LA NADA QUE EN TODO DESENVUELVE SU COLOR

El occiso declara (tome nota) en estilo a medias directo que yo nací hará cosa de veinte años. Sea más preciso: era de noche, mi mamá ya tenía dos hijos varones, Marco Antonio y Luis Enrique y, añádase, una niña cuya defunción me impide precisar nombre, color de ojos, cumpleaños y tamaño de la ausencia en el espíritu, precisamente acongojado, de la mencionada madre, seis de mayo de mil novecientos ochenta y cuatro y con el transcurso de las edades evangelista, ateo, drogadicto, alcohólico y actualmente occiso.

Asimismo el interpelado sostiene entre sus manos un cuaderno cuya negativa a entregarnos provoca la ira del que suscribe (tome nota del citado enojo y además, a pie de página diga[1] que yo tenía un cuaderno amarillo). En él, adentro, guardaba pedazos de mi voz con cierta regularidad. Como un cajón donde dominan la confusión y las polillas, no se trataba de un confesionario si no de un mapa para llegar a encontrar, por vías respiratorias y procedimientos de revuelta y de ida, las ropas adecuadas a mi persona. Las ropas adecuadas a su persona, anote eso.

El occiso es oscuro. Se necesita precisión, precisión, claridad en el lenguaje, llamar al pan por su nombre, pan, de otro modo, ¿dónde iría el mundo a parar? El occiso contesta que no sabe dónde el mundo, ¿acaso importa? La cuestión es dónde nosotros, un día todo lo que conocemos se debilitará y esta madera que parece tan real ahora mismo y las telas y las fotografías y las enormes rocas y el océano y los dientes de leche que mi papá arrojaba al techo de chapa cuando éramos cuatro revoltosos productores de dientes de leche, dejarán el sitio que ocupan o lo ocuparán de otro modo y estas palabras a lo mejor dentro de miles de siglos serán signos de una civilización fascinante porque ¿cómo hacían para vivir en estas condiciones? y que para nosotros carece de encanto porque ¿cómo hacemos para sobrevivir en estas condiciones? más aún, (anote, el occiso quiere añadir algo), usted mencionó al pan y a su nombre, pan, pero ¿qué es un nombre?, el pan era en mi boca un regalo de un dios amable amado amante y a veces una piedra que mis padres amables amados amantes me obligaban a comer con una taza de mate porque no había otra cosa, cualquier cosa, para llevarse a la panza, o sea, pienso en el pan y sin embargo se me avecinan múltiples imágenes, por ejemplo una que me llevará lejos y con probabilidad de desviarnos hacia otros cursos o rutas, pues de una ruta a orillas de Humahuaca se trata, con Claudia comprando un pan inmenso a un peso, tomate y jugo de naranja a mediodía. Entonces deberíamos situarnos ahí, hacer dedo, rogar piedad a los conductores o un aventón con destino a casa, lo más cerca posible, pero el sol, cuya inmensidad degradaba nuestro último y necesario pan a un granito de arena, nos impulsaba sobre nuestras espaldas. Ella se durmió, yo la esperé todavía un rato hasta que no aguanté y cerré los ojos boca arriba. Mi historia dice que su pupo era hermoso. Encima (de su pupo) agrego: uno de los más hermosos que haya tenido la oportunidad de besar. La mujer y su ombligo se durmieron una siesta con la remera subida hasta la mitad de la pancita, hasta entonces blanca, y despertaron convertidos en franjas, rojas y blancas al principio pero que el tiempo convertiría en un color cuyo único término de comparación posible resulta ser el dulce de leche.

El occiso manifiesta siempre tengo hambre, al menos eso decían algunas personas sobre mí y sobre José: ¡ustedes siempre tienen hambre! Ignoro si era un reproche, un elogio o simplemente si se trataba de una muestra de admiración por tamaña hambre. Consigne lo siguiente: el occiso se confiesa ignorante. En cuanto a mí, salvo por el hecho de oír voces llamándome desde quién sabe qué distancias y ver sombras donde alguien pudo haber dejado su ausencia, si tuviera que describir a José tendría que cerrar los ojos y los oídos para concluir finalmente que José consiste en una sola ceja larga, cordillerana y trasandina en la frente, de seguro herencia de su padre chileno, muerto (el occiso lo conoce de vista, por fotos y referencias de José), más arriba se halla su extensa frente y, con cierta dificultad, posee encima algo parecido a unos cabellos largos y escasos. Aseguran por ahí que su pelo se le ha bajado a la barba. Siendo pues la población capilar, como se deja ver por lo demás a simple vista, una de las principales características de José, bástenos decir que un peruano llamado Juan Alberto ha visto en su fotografía un hombre en estado rupestre. Y aprovechando esta enredadera de pelos (en nada diferente a las alucinantes enredaderas del lenguaje, de manera tal que todos se conjugan en el mismo desagüe de la ducha), me precipitaré a introducir o mejor a presentar, verbo más adecuado a la situación que pronto habremos de vivir, sin groserías ni sentidos doble o triples, a Alejandro, como quien dice, traído de los pelos, de los pelos del culo añadiré, pues una noche en que, solitarios y cavilando, Claudia y yo errábamos en las audaces derivas ciudadanas propias de los borrachos, cofradía en la que nos incluíamos luego de un Quilmes Rock en las afueras del Delmi, dimos contra la puerta de la casa de Alejandro, golpeamos y, así palmeando, el anfitrión, cuya habitación entonces se ubicaba al final de un largo pasillo, abrió, se bajó los lienzos, miró en dirección al interior de la noche que también dominaba allí dentro y, levemente inclinado, nos mostró un culo peludo como jamás quiero volver a ver ni ser bienvenido en ninguna parte del mundo. Claudia, sin horror, bien pudo haber dicho y no dijo, citando a Edgar Alan Poe, nevermore. Para esa época Claudia ya lo conocía y había oído de esta abominable costumbre de dar la bienvenida y, desde luego, él y yo ya éramos amigos, sin embargo nuestra relación no me había permitido descubrir los múltiples rostros de la amistad. Y uno cree conocerlo a fondo, aunque mejor sea cubrir estas cosas con rápidos y ascendentes lienzos de piedad.

Una vez adentro de su casa solicitamos permiso para dormir y Claudia y yo hicimos eso que penosamente la expresión hacer el amor alcanza a recubrir y que aparentemente todo el mundo hace y sin embargo nunca es igual.

El occiso se detiene, recubierto de ensoñaciones, en la figura de Claudia. Como no articula con claridad debido a la opacidad de las palabras (anote, anote, rápido) no llegaré a decirlo todo y todo mi relato bien puede decirse de otra manera, lo sé, por ejemplo puedo anunciar a mi madre, más baja de estatura, cocinera formidable, cantante alegre y triste a la vez, menor por quince años a mi padre, de los cuales provengo. Podría. Y también sumarle a la enredadera unos piolines para guiarla hacia otras direcciones más inesperadas, no sé, una casita de madera, roja, techo a dos aguas, de tres pisos, en el primero un cajoncito de madera lleno de chucherías que, según las edades, fuimos acumulando entre mis hermanos: monedas oxidadas, sin valor, bolitas de vidrio, figuritas de álbumes jamás completados y rara vez adquiridos, cables, chapitas de gaseosas, clavos, tornillos, tierra, globos o restos de globos, en definitiva una inmensa colección de artículos inútiles afuera del cajón pero que adentro señalaban al mismo tiempo una época, una sucesión de épocas, una multitud de intereses, el momento cuando se renunció a esos intereses. El cajón hoy sigue allí, cerrado, invisible a la cotidianeidad de mi familia, de donde se concluye que a veces ( estamos apretados, después de todo somos cuatro y el cajoncito no tendrá más de 15 x 15 x 10 y como diez años de contener tesoros fabulosos cuya única justificación es el de permanecer mezclados, resistentes y con paciencia, antes de que el olvido los sacuda, sin mirarlos casi, dentro de una bolsa de basura), se concluye, decía, que el pasado acecha en los sitios más impensados, y se acumula hasta en las chatarras que nos ayudaron a crecer y supieron crecer con nosotros. Rosebud le llamaba Wells en Citizen Kane, así también le llamaba Osvaldo Soriano pero desplazando su significado a un árbol del sur del país, Rosebud, decía, era ese agujerito o mirilla por donde nos podíamos ver a nosotros mismos.

Como se ve el tiempo no es un río que va a entregar sus aguas a la mar que es el morir, también sabe ir hacia atrás, hacia delante, hacia abajo, en dirección opuesta a mi propio tiempo y, sin excluir otras infinitas posibilidades, sabe ausentarse durante un tiempo y retornar o no precisamente retornar si no nacer por primera vez

Cuando yo nací el tiempo no existía. El occiso se autoidentifica como el inventor del tiempo, no reclama ningún derecho de autor y en cambio solicita que lo exoneren de culpa por haberlo hecho. En vista de su delirante discurso el perdón le es concedido pero en contrapartida se le acusa de mentiroso, es sabido que Dios y Macedonio Fernández crearon la tierra, el cielo y prácticamente todas las cosas anteriores al fuego, la rueda y el rock and roll.

Silencio, el occiso está diciendo que podría invocar el nombre de Julio F. Cortázar, traductor y autor él mismo de historias de propia invención, Robinson Crusoe y los dibujos de Carybé, editorial Viau y decir que el libro de Daniel Defoe se hallaba en la planta baja de una pequeña biblioteca para niños con forma de casita, de madera, techo rojo a dos aguas, debajo de un cajoncito lleno de porquerías fabulosas amontonadas por generaciones de niños, cuatro en total, y de libros verticales cuya traducción dudosa de Peuser narra todavía las historias de Robin Hood, David Copperfield, El último mohicano y La isla del tesoro. Actualmente la edición de los hermanos Viau en traducción de Julio F. descansa entre las pertenencias del occiso. Su valor se reduce al apego emocional pues no vale ni su peso como papel reciclable de tan mal cuidado de los insectos y la humedad en que se hallaba antes de ser rescatado por el occiso.

No en vano invoqué ese nombre ni los libros ni el tiempo haciéndose añicos y acumulándose esférico en los rincones de las casas. Todo ello ha permitido al occiso trabar relación con los sujetos José y Alejandro (consigne la palabra amigos usada por el occiso antecediendo los respectivos nombres). Si no hubiese encontrado esa moneda vieja de 1945, una espiga y la cara de Evita, enterrada, si no hubiese corrido a depositarla en el cofre del tesoro, si no me hubieran llamado la atención los lomos de los libros y su olor a viejo, sobre todo el más grande en tamaño y dibujos en traducción de Julio F. y si no lo hubiese leído y luego a los demás, con afán nómada, Robinson era él mismo un nómade, si no hubiese dejado de lado mi tesoro material y si no me hubiera convertido a la fe de los que aman la literatura aun si ello me empuja a vivir miserablemente, aun si ello me empuja a estudiar letras en la universidad de Salta, ya desgraciado y condenado, jamás me hubiera cruzado con José, con Alejandro y con Claudia. No es casualidad ni predestinación pero el relato se encapricha a este respecto: sucedió y listo. Tantas otras cosas debieron sucederle a cada uno de ellos para venir a involucrarse con frecuencia en esta enredadera.

Perdone, ¿dónde íbamos? ¿dónde nos habíamos quedado? A veces tiendo a la digresión, me disperso, dispongo mis energías e intento retomar el hilo pero el hilo es el de un barrilete remontado con exceso. Se ha roto, nos abandona sin despedirse, rojo, verde y a veces amarillo o algo naranja, de acuerdo con el sol, o el hilo es el de un tejido deshilachado o no es un hilo todavía, hace falta convertirlo a su forma propiamente dicha, etcétera, etcétera. En fin, la cuestión es si hay que contar el relato de la vida o vivirla, decir o ser, decir siendo o ser lo dicho. ¿En dónde queda uno? Uno queda dónde, vaga zona de pasaje entre ser y no ser.

El occiso asevera ser un enredo de personas y objetos, una sumatoria de historias cotidianas que han tenido lugar en diferentes sitios, circunstancias y compañías. Recuerda con claridad haberse enamorado de la lluvia bajo la lluvia un domingo de pantalones cortos amarillos, remera musculosa celeste con paisaje de playa lejanamente inventada y marrón estampada, con seguridad barata y con mayor seguridad heredada de su hermano mayor, los pies calzaban sandalias azules de goma, de un azul intenso, y, salvo por la medida, igual en todo a las de su hermano más chico, Eduardo, con quien, además de las sandalias azules comparte la fecha de cumpleaños.

Procedían aquella vez de la casa de su tía Julia en compañía de su madre, Gladys Emeteria por culpa de su madre Olivia Emeteria Cuellar, quien curiosamente detestaba el nombre Olivia, a diferencia de su hija y del hijo de ésta, a quien siempre le provoca risa. Así que bajamos del colectivo, que entonces era barato, y nos dejaba a la vuelta de mi casa, subimos por la cuesta dos cuadras y sin el menor anuncio se desbarrancó el cielo y todos comenzamos a correr pero yo no corría para refugiarme, la lluvia del verano me besaba enorme con sus lenguas infinitas, apresadas por mis ropas de niño que ya se iban deformando por el peso, la goma de mis pies chillaba, simplemente corría porque así debe ser la felicidad cuando uno tiene pocos años sobre este mundo, porque las chapas de zinc estruendosas y espléndidas ejecutaban una percusión imponente tanto si uno se ponía fuera como a su cubierto, porque sus canaletas formaban cataratas a lo largo del pasillo que permite entrar a la casa y todos se bañaban lo quisieran o no, porque la lluvia me decía con todas sus caricias, golpes y canciones que ella sería mi abrigo mi casa mi piel e inmediatamente le regalé mi fidelidad y la dejé inundarme con sus millones de gotas y no importa mi amor si estás triste porque debajo de la lluvia uno es la lluvia y es la tierra y es el cielo y es necesario sacar toda la voz sin guardarse ni un pedacito y comenzar el canto y, ya entregado a la majestad de la vida, volverse colores y la canción misma, ser uno la canción.

¿Y después? Después puedo remontarme a otras lluvias, en otras ciudades donde anduve, a poemas, libros enteros, a la meteorología, a la soledad, a los chorros de agua arrojados en el patio en dirección al cielo para regar un pedacito de tierra con una lluvia de juguete, a los carnavales, pero ahora le toca el turno a un árbol de jacarandá.

No fue hasta un día en que cayeron hojas violetas desde un jacarandá que descubrí (es solo un verbo y no me corresponde pronunciarlo) la íntima relación entre mi lluvia y el viento. Sin necesidad de agua ni nubes negras, Claudia me señaló con su voz y su dedo: mirá la lluvia de flores. Hasta entonces yo había vivido ciego y ese día Claudia me regaló el viento. Me lo presentó bajo el nombre de Anselmo. Una vez, veníamos de alquilar una película en el Bolckbuster y en el camino nos detuvimos a comprar naranjas para preparar una ensalada de atún con naranjas llamada simplemente y, no sin decepción, atún con naranjas que ninguno de mis amigos se atrevía a probar ni a mencionar, y vimos que cerca de la verdulería había un jacarandá gigante y Claudia lo señaló, miré y ella silbó el nombre del viento (anote que el occiso silba y que se puede anotar el silbido pero no cómo era el mismo y que por eso en la literatura son pocos los silbadores) y estalló la copa repleta y vino en dirección nuestra un viento lluvioso y violeta. Por magias como esa Claudia era hermosa. No supe de nadie que haya hecho algo similar, yo nunca lo intenté. Pero Claudia está triste ahora y una lluvia de flores no alcanzaría. Por esto mismo, porque una mujer puede llamar al viento por su nombre y el viento acude y hace llover flores y yo la amo en esa lluvia y porque luego la pena es mayor que la lluvia, el occiso prefiere pensar que la vida es bella y triste como las campanas.

Sin embargo, tras un silencio (si acaso lo hay), el occiso, asiduo lector de novelas y espectador de películas en el cine, experimenta la siguiente desesperanzadora certeza: los finales son tristes aunque sean felices porque después no viene nada más, viene la nada, una página blanca, una pantalla negra en una sala a oscuras, alguien se levanta, abre la puerta y ahí está de nuevo el mundo, empecinado en cambiar con una lentitud inadecuada con los plazos que le hemos dado. Precisión, más precisión, corrobore la relación del sentido de las palabras del occiso con las de más arriba y luego prosiga la transcripción.

Dentro de la historia de uno hay otras historias más pequeñas o más grandes pero que en todo caso no son la historia completa y llegan a su fin, así con Claudia. Por eso el final es triste. Salgo de Claudia y después viene el mundo, obsceno, grotesco, desabrido, tal como lo dejé antes de ingresar en su historia o ella en la mía ¿o era un solo relato, nuevo, ajeno a los dos y a la vez tan propio? De chiquito me entristecía no tener con quien jugar a veces, de grande me asusta no tener a Claudia para armar una historia de amor.

¿Todo llega a su fin? Supongo que sí, basta con enmudecer, cerrar los ojos, los oídos, flotar en el vacío, obstinarse en el encierro, clausurar los círculos aun si estos no son clausurables, cortar de raíz la enredadera. Por ejemplo, en qué punto se encuentra el círculo José, el círculo Alejandro, cuál es la clausura conveniente para cada uno, ¿ha tocado a su fin su presencia aquí o continúa?, si continúa ¿por qué callarme, darles un fin sin haber finalizado ellos?

El occiso muestra señales de cansancio, de todos modos continúa diciendo que el mundo es alucinante, ya lo dijo Reinaldo Arenas, y la realidad comporta las características variadas del delirio, producto de las experiencias del occiso con drogas de diferente procedencia, composición química y modo de suministro.

Exhibiendo un nudo alrededor del cuello, el occiso declara haberse rescatado de aquellas sustancias por escasez de recursos (adviértase que el dinero va y viene, que las drogas siempre vienen y que el hambre nunca se va y también que el occiso no produce muestras de arrepentimiento si no de adoptar gestos de un occiso en actitud de espera, las manos en los bolsillos, de pie en una esquina, la guita justa entre los dedos, el resto escondida entre los huevos o en la media, la cara de descarte, la impaciencia tirando humo del cigarro o agotando la birra, a veces es distinto y todo sucede como si no sucediera y todos saben que está sucediendo y el pasamanos indica que nos vemos otro día).

José y Alejandro viven lejos de mi casa y entre ellos. Lo mismo el trípode funciona. Si uno tambalea, la mesa se nos viene abajo. Si no es una mesa el objeto que nos toca sostener y resulta que no importa, que en realidad es a los otros a quienes sostenemos ¿eso nos convierte en hermanos? A veces sí. Otras en hijos tristes y, en el caso de Alejandro y José, huérfanos de padre. Somos pobres, indudablemente. Ahora sus vidas se concentran en otras enredaderas. Los oigo a veces rumiar tristes y se me ocurre decirles que la vida es una canción alegre, salvo que la vida no es eso y la redención no nos ha salpicado ni un poquito. La buscamos, no crean lo contrario. Hemos juntado nuestras voces para gritarle en la jeta al universo que todo es una maravillosa mierda. Una característica común a los tres es la imposibilidad de pronunciar con claridad ciertas palabras o frases, sobre todo si hay público presente, lo cual provoca frases como ¡sacáte la papa de la boca! o ¡lengua mota! Sin dejar de lado la papa ni la mota, esto nos convierte en artistas incomprendidos.

El occiso precipita su narración e informa de un viaje a Perú a principios de setiembre. Especie de destierro o cárcel para perdedores. A veces rozo la alegría y hay tardes donde morir es la mejor o la única alternativa. Podría extender el relato pero la irrevocable circunstancia de su deceso se lo impide. Siempre puede uno retomar el hilo, dice, ¿y después? No sé, el cielo para los creyentes. El reposo para los cansados. Como en las películas, uno se muere de mentira. Solamente los sueños son verdaderos, el resto es literatura. Puedo contar esto de mil maneras, puedo decir la verdad y sin embargo todo es un invento.

¿Dónde está Juan? Se lo ha comido el cuco, por no tomar la sopa. En días de hambre vino el cuco a visitarlo y le tendió la mano, ¿le disparó con su dedo índice al tiempo que emitía el característico ¡pum!? Le dijo si debía llevar consigo mucho equipaje. Con la mochila es suficiente. Se embarcó en una desnudez de cuello y se arrojó por la borda. ¿Lo extrañan? ¿Lo han perdonado? ¿Le ha salido caro el viaje? ¿Volverá? ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Vio acaso la lluvia por última vez? ¿El círculo se ha cerrado? ¿Dónde está el cajón de las explicaciones? ¿Alguien puede responder cualquier cosa? El occiso se niega a continuar. Siendo las diez de la noche del jueves 16 del corriente, se establece que esta es toda la información que la autopsia del occiso nos permite recavar.



[1] que después de persuadirlo con argumentos sólidos, el occiso aceptó entregarlo. Proceda ahora a describirlo teniendo en cuenta sus dimensiones (aproximadas) de 18 x 20 x 8 (tradúzcanse las coordenadas por ancho, largo y alto), tapa dura, 200 hojas rayadas con marcas de visible mutilación, inscripciones, manchas y dibujos de autoría del occiso, papel extrarresistente, color amarillo. Inmediatamente proceda a quemarlo y, una vez remitidas las cenizas, según las disposiciones más convenientes, haga constar que éste nunca existió, de tal suerte que debe borrarse esta nota al pie y, repito, (anote mi repitente insistencia o mi insistente repetición) que el cuaderno nunca existió por más que el occiso declare