junio 12, 2009

EL DÍA MÁS FRÍO DEL AÑO


Estoy loco. De contento. Hoy es el día más frío del año. Este es el verdadero día más frío del año, el de la semana pasada hoy nos parece un cálido juego de palabras que esta mañana nada tiene para decirnos. Cuando uno dice que está loco de contento tiende a exagerar la sonrisa, no se sabe bien si para acentuar la contentura o la locura. Ni mucho menos se puede saber en qué zona de la cara se encuentran, en justas proporciones, cada una de estas. Lo cierto es que sonrío. Al menos eso muestran las ventanas cuando voy dejándolas atrás, y dejo atrás mi trabajo, mis posesiones mentales, y me miro en esos vidrios negros a la madrugada, me sale vapor de todos los poros, sólo ellos pueden saber que existo en este día, al parecer ahora son mis únicos confidentes y sigo sonriendo porque ya no es necesaria la ocasión de las palabras. Las palabras lo enredan todo y sirven de escondite a la bestia que luego somos y anuncian una sola cosa: despedida, dejar de pedir, ¿verdad? Al menos así es en este día, el más frío del año, que me persigue con lascivia de cazador.

Mejor no nos pongamos meteorológicos, circunstancia propicia para anunciar, introducir podríamos decir pero no se trata de algo que hay afuera y luego tenemos que meter adentro, digamos, la melancolía. La verdad es que sonrío pero una suerte de penuria inconfesable me abrasa las vísceras, con lo cual se impone decidir: o sonreír entres estas calles o pensar, pensar y pensar todo el día. Nunca sé cómo es posible pensar en el día más frío del año. La suerte de las horas malamente nos puede acompañar si estamos solos. Y de estar solo se trata cuando el cielo permanece quieto, las hojas secas permanecen quietas y quietos los autos, las personas a medio paso entre el cordón y el asfalto, en la espera de la recolección de pasajeros, el pájaro del cable, la bolsa de nylon infaltable en toda imagen que aluda a la melancolía, todo permanece inalterable, congelado por este frío de locos que atraviesa fibra a fibra mi ropa y me da vértigo en el pupo, ahora un radar de acontecimientos minúsculos.

Añadiré a la permanencia el carácter minúsculo, cuando no absurdo, de todo cuanto sufre el asedio del frío. Yo mismo soy minúsculo, o absurdo, o ridículo, porque mientras todos presienten la congelación sonrío, vestido de payaso en el día más frío del año, que es hoy, no el de la semana pasada. La semana pasada vuelve a sonar en los oídos como un país del que apenas si sabemos el nombre. Y por otro lado se rumorea entre los transeúntes que ese día no podía ser más frío que este y quieren rescatarlo para sobrellevar el presente, como si no fuera ahora, aquí donde asentamos los pies, el mejor lugar, si bien, claro está, el único.

Lo cierto es que los que no tienen casa no saben estarse quietos, iguales a los perros dan vueltas en busca de algún lugar para echarse. En esto estoy cuando la vida recupera el aliento, que se había espesado en una niebla durísima y puedo ver que estoy mojado de ella. Y puedo ver olores en su origen. Al lado de la ruta un canal se abre, exhala su tufo y espanta a los pocos que quedan en pie en las paradas del 60. Al principio me aturde saber que eso también es vida, acaso mucha vida hay en ese miasma donde infinidad de seres se mueven sin cesar. Después sentí pena porque en esa podredumbre insoportable se manifestaba la vida. Todavía más, la vida se manifestaba insoportable.

Seguí caminando, el olor desafiaba mi tolerancia, apresuré el paso, los autos seguían de largo, apenas despiertos, bostezaban con las frenadas del semáforo y cobraban impulsos parecidos a naves de papel hasta convertirse en puntitos rojos y de inmediato tomar la forma de la niebla de donde habían salido. Pero ¿por qué era insoportable? Si eso era la vida, la vida en todo caso para mí. Ese caldo pestilente acaso nos aproximaría a una especie de origen, no podía ser que solo fuese podredumbre, el sentido fétido de su existir ahí para mí era mostrarse en su plenitud viviente. El frío no había detenido los signos vitales de esas aguas mientras todo alrededor era petrificado por la madrugada.

Entonces me detuve, amigos míos, me detuve de una manera en que solo puede detenerse quien ya no es dueño de sí, quien ha sufrido en la invasiva noche el conocimiento de que tan sólo sabe caer y caí, mis amigos, caí en esas aguas podridas y nadé entre los camalotes y choqué mi carne con el torso engusanado de un perro alguna vez blanco y recibí en mi frente las cualidades de la mierda, eso también era la vida, de allí también iba a salir, de un lugar parecido habrá nacido por primera vez el universo. Una vecina asustada corrompió mi éxtasis con un grito que alertó a los policías acerca de mi felicidad. Aguas bautismales del infierno, podría decir para producir algún efecto retórico, pero yo era nuevo, soy nuevo, en el día más frío del año, me pasean desnudo de una comisaría a otra porque no soportan mi hedor, mi perfume a viviente, porque ahora en mí, que estoy solo, que solo puedo saber de mí que estoy parado en la cabeza del día más frío del año, todo es nacimiento. Eso que se muere dará habitación al detritus, sí, y entonces nacerá un nuevo jardín. No puede decirse de otro modo.

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